EN CIALES, PUERTO RICO EN CELEBRACIÓN DEL NATALICIO DE JUAN ANTONIO CORRETJER, 3 DE MARZO DE 2021
BORICUA EN LA LUNA: UNA REFLEXIÓN INTROSPECTIVA
“¿Qué vas a hacer en Chicago?” me preguntó Humberto Figueroa mientras observaba cómo me encogía de hombros.
¿Cómo podría responder algo que ni yo mismo sabía? A mi parecer se sentía natural, como un instinto, tal si fuera el próximo paso obvio después de graduarse. No sabía hacia dónde me dirigía pero poco importa cuando no hay destino fijo. Era lo que habían hecho mis compañeros de clase, mis amigos, mi padre, mi abuelo y hasta los abuelos de mis abuelos. Así que decidí emprender vuelo y unirme a la bandada de alumni y emigrados que buscaban probar suerte en el extranjero, por eso de que cualquier cosa era mejor que sentirse en el limbo o quedarme estancado, pues el que tiene padrino se bautiza y al que no… ahí están los terminales del Luis Muñoz Marín.
Van seis años desde ese día que hice “maleta ‘n go”. Al mirar atrás reflexiono sobre cómo uno se marcha en busca de un sueño y lo que termina es soñando con regresar. Y no es para menos, si es en la distancia y en la soledad es cuando uno puede ver con mayor claridad que en busca de ‘ganarse la vida’ uno ha dejado atrás lo más valioso, la familia, las amistades y la patria. Todo eso deja un vacío a donde quiera que uno vaya, pues son cosas irremplazables que laten dentro de uno de una manera más fuerte en su ausencia. Y así van pasando los años en una historia mutilada, entre el aquí y allá, en un vaivén eterno característico de un mundo bifurcado.
De ello habla la poesía Boricua en la Luna con mayor elocuencia y gracia. Su autor, Juan Antonio Corretjer, reconoce la importancia de estos dos escenarios, la isla y el extranjero, que se hilvanan para recrear la nación puertorriqueña como una cultura que trasciende el espacio territorial. En su obra, exalta el sentimiento tras la migración y el constante deseo de regresar al origen aún cuando la vida se nos va entrelazando y desenlazando fuera del hogar. Con el pasar de los años hay quien establece una familia, contactos, o desarrolla su carrera complicando cada vez aún más la meta de regresar al origen en prosperidad. A veces nos volvemos turistas en nuestra propia cuna, pasan décadas antes de regresar o se va la vida en la añoranza de volver al suelo amado, escenario de recuerdos pueriles.
Dicha poesía abre la puerta al reconocimiento de que la historia de Puerto Rico está incompleta sin el reconocimiento de la diáspora puertorriqueña, tal como una cena familiar está incompleta sin la presencia de la hija que vive en Nueva York. Hoy tengo la oportunidad de volver a la tierra que me vio nacer, a pintar un mural para el 40 aniversario de Boricua en la Luna.
Poesía musicalizada por Roy Brown y la banda Fiel a la Vega, y que tantas veces canté en la pequeña barra “El Mirador”, frente a la universidad, junto a compañeros de facultad después de salir de los exámenes. Como si fuera premonición de un destino que nos esperaba en el extranjero. Compañeros que hoy en día andan regados por la diáspora, en San Diego, Boston, Miami, Houston, Nueva York entre otras ciudades, encarnando las palabras de Corretjer, cada cual contribuyendo a su manera a nuestra cultura e identidad en el extranjero. Hoy que vuelvo por un ratito, recuerdo vívidamente cómo comenzó todo hace seis años, cuando apenas sabía mezclar colores:
“Toma” dijo Humberto mientras me extendía un papelito con un email escrito en él. “Cuando llegues a Chicago vas a contactar a Bianca. Ella es la curadora del Instituto Puertorriqueño de Arte y Cultura en Chicago. Pídele que te ponga en contacto con José López, él es el director del Centro Cultural Puertorriqueño” prosiguió. Me guardé el papelito en la billetera y me marché.