Bárbara J. Figueroa Rosa / Primera Hora
Vienen desde abajo, desde las esquinas marginadas del país. Vienen desde esos rincones que los de arriba, sean de derecha o izquierda, saludan cada cuatro años buscando números para los partidos políticos. Vienen de esos lugares que permanecen en el anonimato hasta que las estadísticas los señalan como de alta incidencia criminal.
Son ellos los que muchos miran por encima del hombro pero que con coraje defienden su historia y tienen el compromiso de preservarla a través de las generaciones. Son comunidades que se levantan, que defienden sus derechos y que construyen día a día y a pulmón su futuro.
Son la gente buena de barrios como Piñones (Loíza), Sabana Seca (Toa Baja) y la Península de Cantera (San Juan), unas zonas que -sin querer tapar el sol con un dedo porque sí, es cierto-, tienen plasmadas las huellas de la violencia al ocupar las primeras posiciones en crimen, incluyendo asesinatos, según datos de la Policía. Pero, cierto es también que son lugares donde se forjan líderes y proyectos comunitarios que pretenden cambiar el estigma que se tiene de sus territorios.
intensa la batalla
Pero la lucha no se dio de la noche a la mañana. No fue fácil. El proceso tomó su tiempo y de eso pueden dar fe los líderes comunitarios y trabajadores sociales que se lanzaron a las calles a adentrarse en el barrio, a olfatear a la gente, conocer sus necesidades pero, sobre todo, a apreciar sus habilidades.
“Lo primero que hicimos nosotros fue un proceso de inserción para conocer el barrio con todos sus sabores y matices. Queríamos saber cómo es su gente… desde que se levantan hasta que se acuestan. Queríamos saber quiénes eran sus líderes comunitarios, pero queríamos que ellos también nos conocieran”, recordó Alejandro Cotté, director de participación ciudadana del proyecto Enlace del Caño Martín Peña, en San Juan. Este proyecto es una iniciativa que surgió hace 12 años para unir los esfuerzos de la comunidad, el sector privado y el Gobierno para mejorar la calidad de vida de los 27,000 habitantes de las ocho comunidades aledañas al caño, y rehabilitar este cuerpo de agua.
Al principio, recuerda Cotté, fue cuesta arriba. Pero el tiempo se convirtió en aliado del proyecto y la confianza fue el ingrediente que comenzó a abrirle las puertas.
“Ése fue el primer reto porque la gente no confía y tuvimos que hacerles entender la importancia de participar en la toma de decisiones. Y es que estaban acostumbrados, o los acostumbraron, a que las cosas se rigen desde arriba. Con nosotros la cosa fue diferente, desde abajo, fuimos trabajando y construyendo juntos muchos proyectos”, explica sobre las ofertas que abarca Enlace y que cubren aspectos económicos, sociales y culturales.
Mencionó como ejemplo de lucha una actividad llamada Reclamando el derecho a la tranquilidad”, donde cientos de niños marcharon por las calles llevando un mensaje de no violencia, ante una serie de eventos violentos -incluidos asesinatos- que han impedido que durante los pasados meses los niños salgan a jugar a las calles.
“Quisiéramos que no hubiesen tiros al aire, que no mataran personas, que nos lleváramos en paz, que nosotros los niños de estas comunidades pudiéramos jugar en las calles, que no tuviéramos miedo al salir de nuestras casas y que tengamos paz”, era el reclamo de los nenes.
“No se puede partir de las necesidades”
Sin embargo, para lograr el empoderamiento de una comunidad, como lo hicieron los niños de Cantera, sus líderes tienen que aprender a no juzgarla. Aquí el juego es otro y debe partir de lo positivo. Al menos ésa ha sido la fórmula para el fraile franciscano Eddie Caro, director ejecutivo del proyecto comunitario Niños de Nueva Esperanza, del barrio Sabana Seca en Toa Baja.
“No se puede partir de las necesidades y ése es el desafío más grande: poner la mirada hacia las habilidades y fortaleza. Es la única forma en que comienzan a fluir las ideas”, asegura el fraile, que llegó a Sabana Seca en 1998 como parte de un menester religioso que ofrece servicios educativos, psicosociales y socioculturales en la que participan niños y adultos.
“Los hechos difíciles pueden desanimar y eso es una tentación que tenemos que bloquear”, analiza al expresar que las comunidades pobres poseen la virtud de ser organismos vivos que se protegen entre sí para poder sobrevivir.
a ganar respeto
Una vez se goza de la confianza del vecindario, el próximo paso, según Maricruz Rivera, directora de la Corporación Piñones se Integra, en Loíza, es educar a las otras personas.
“Tenemos que lograr que nuestros jóvenes y los que nos visitan nos vean con respeto”, dice al sugerir que ese escalón se sube convenciendo al barrio de que “no puedo cambiar la mirada de otros si no lo trabajo”, por lo que hay que integrar en las gestiones comunitarias con los residentes.
“Toma tiempo, es trabajoso, hay que tocar muchas puertas y algunas se cerrarán, pero no nos podemos rendir… ésa es la clave”, asegura Rivera.